miércoles, 9 de febrero de 2011

jueves, 3 de febrero de 2011

Fealdad Canina

Bajaba yo ese elegido día por la avenida de cipreses
generalmente lo hago desnuda pero esta vez
un sombrero cordobés cubría mi cabeza

El solía venir feo como era, en su triciclo verde
cuesta arriba, cansado llevando esa carga de
fierros y muebles viejos que permutaba en el zoco
por pan con queso. Su plato favorito.

Su risa de un solo diente, fuerte y amarillo
asustaba a las ardillas que recelosas lo miraban
desde las ramas. Y los gorriones se desplumaban
por llegar a sus nidos. Cobardes criaturas que temían
de su fealdad, de su diente y de su olor a queso.

Mi cuerpo desnudo se complacía al verle
y él al divisarme a lo lejos comenzaba a pedalear
cuesta arriba, gotas de sudor brillaban en su pecho
dando salida a quien sabe que gozosas maldades
guardadas dentro de mi, que me hacían tragar saliva
ácida y fuertes impulsos de apretar con mis piernas el mundo
hasta agotarme.

Su fealdad prometía la negrura de las noches de concepción,
de niños abortados por el oportunismo glorioso de sus padres.
Su fealdad canina, como un dios sin alas, me acorralaba
en el gallinero de mi conciencia, como una cerda plateada
me revolcaba en mis pecados no cometidos y mis ángeles
con voz de viejos le cantaban a la luna.